20 marzo 2022

RICITOS.

  Dentro de la cabaña el calor era sofocante, pero eso no molestaba demasiado a los tres hermanos Bearson, acostumbrados al clima extremo de aquella región boscosa.

   —¿Le queda mucho al estofado?— preguntó Klaus.

   —Ya casi está — respondió Paul, quien removía la enorme olla con un enorme cucharón de madera.

   —Abriré el barril — dijo Jansen.

   Los tres hermanos Bearson eran idénticos, come corresponde a unos trillizos. Los tres medían casi dos metros, los tres eran extraordinariamente robustos, con brazos como troncos y cuellos de toro, los tres llevaban la cabeza rapada y lucían espesas barbas negras como el carbón, los tres vestían pantalones de camuflaje y botas militares.

   —Ya está... ¡Joder, como nos vamos a poner!

   —Huele que alimenta.

   —Traed las jarras.

   Mientras Paul llenaba los platos hasta el borde con un sustancioso estofado de ciervo, Jansen llenaba hasta el borde tres grandes jarras. Después de una mañana poco provechosa, en la que un astuto jabalí se les había escapado por los pelos, los tres cazadores se disponían a consolarse con un almuerzo contundente y bien remojado con espumosa cerveza.

   —¡Joder, que buena pinta tiene, Paul!— exclamó Klaus.

   — Así es como lo hacía Madre, en paz descanse.

   Los trillizos se santiguaron al unísono, recordando a su oronda progenitora, y se dispusieron a dar cuenta del guiso, cuando sus aguzados oídos de cazador captaron un ruido que los hizo levantarse y correr hacia la ventana.

   A escasos cincuenta metros de la cabaña el sotobosque se removía, y los aguzados ojos de cazador de los trillizos Bearson vislumbraron el pelaje parduzco de un jabalí bastante grande.

   —¡Hijo de puta! Desde luego tiene cojones el bicho — gruñó Klaus.

   —El estofado lleva patatas. Las habrá olido el muy verraco — susurró Paul.

   —Ya comeremos luego, ¡a por él!— ordenó Jansen.

   Con movimientos enérgicos y expertos, los tres hermanos cruzaron sobre sus anchos torsos, desnudos y sudorosos, tres cinturones repletos de cartuchos. Agarraron sus respectivas escopetas y salieron de la cabaña a paso ligero pero sigiloso, adentrándose en el bosque desde tres direcciones distintas para rodear a la esquiva bestia.

   Pero el jabalí, después de haber huido de ellos durante toda la mañana, conocía a los hermanos Bearson mejor de lo que ellos lo conocían a él. Les obligó a perseguirle por la espesura durante dos horas, hasta que los cazadores, agotados y con los estómagos rugiendo por el hambre, desistieron de su empeño.

   —¡Maldito hijo de una cerda! Nos la ha vuelto a jugar.

   —Mañana le daremos lo suyo.

   —Sí, mañana será otro día. Vamos a comer y a pegarnos una buena siesta.

   Lo primero que los hermanos Bearson hacían cuando entraban en su cabaña era soltar las armas, pero aquella vez no lo hicieron. La puerta estaba entreabierta y, a pesar de las prisas, estaban seguros de haberla dejado cerrada.

   —Aquí ha entrado alguien, cuidado.

   —¿Habrá sido el hijoputa del marrano?

   —Calla, coño ¿desde cuando los jabalíes saben abrir puertas?

   La sorpresa de los cazadores aumentó cuando vieron, sobre la mesa, sus tres platos rebañados, y las tres jarras igualmente vacías. Se rascaron al unísono el vello negro y rizado que tapizaba sus pechos.

   —¡Se han puesto las botas!

   —Ssshh, calla Klaus, puede que sigan aquí.

   —Miremos en el dormitorio.


   Klaus, Paul y Jansen entraron en la otra habitación de la pequeña vivienda, apuntando al frente con sus grandes escopetas, preparados para llenar de plomo a los intrusos (seguramente furtivos) y lo que encontraron durmiendo en una de las camas les hizo abrir los ojos como platos y soltar sus armas en el suelo con cuidado, para no hacer ruido.

   —¡Joder! ¿quién coño es ésta?

   —Un ángel caído del cielo, como mínimo.

   —Ssshhh, que la vas a despertar, poetastro.

   En el más limpio y cómodo de los tres lechos (el de Paul), roncaba suavemente una muchacha que rondaba las quince primaveras, esbelta y bien formada como una valkiria, y con una espesa mata de rizos dorados que brillaba encendida por los rayos de sol que entraban por la ventana. La chica estaba desnuda, salvo por unas braguitas azules con dibujos de fresas y otras frutas. Jansen señaló a una silla cercana a la cama, donde sus hermanos pudieron ver, perfectamente doblados, unos pantalones cortos de color caqui y una camisa del mismo color, así como una pañoleta blanca y azul diestramente anudada y una banda repleta de pequeños parches cosidos a mano. En el suelo descansaban unas pequeñas botas de montaña.

   —Mirad — dijo Jansen en voz baja—. Es una Boy Scout.

   —Querrás decir una Scout Girl, zopenco — corrigió Paul.

   —¿Qué más da, listillo? Mira que culito tiene.

   Era imposible refutar la afirmación de Klaus. La durmiente tenía unas nalgas redondeadas y suaves, que lucieron en todo su esplendor cuando Jansen le bajó las braguitas cuidadosamente. Tanto su entrepierna como las de sus hermanos se abultaron de forma considerable. La muchacha eructó en sueños, llenando el espeso aire del dormitorio con una intensa fragancia a estofado de ciervo y cerveza.

   —Qué hija de puta, se ha puesto las botas.

   —Y después se las ha quitado para dormir la mona en mi cama.

   —Las botas y todo lo demás, ¡Joder qué buena está!— exclamó Klaus, sin preocuparse ya por no levantar la voz, al mismo tiempo que se bajaba los pantalones de camuflaje.

   Sus dos hermanos le imitaron, y de repente tres vergas erectas, proporcionadas al tamaño de sus hercúleos dueños, proyectaban su sombra sobre la inconsciente Scout Girl, quien comenzó a rebullir en sueños soliviantada por las bruscas caricias de los Bearson. Los tres se masturbaban con una mano mientras con la otra toqueteaban y apretaban: Klaus se centró en las nalgas y la tierna raja, Jansen en los pechos pequeños y respingones, y Paul le olía el pelo dorado, pasando suavemente la mano por su cuello y hombros.

   —Al carajo, se la voy a meter — gruñó Klaus.

   —Mmmm... que ricitos tan suaves — murmuró Paul.

   —Uuufff... que pezoncitos tan duros — jadeó Jansen.

   Como era de esperar, la chica se despertó, quedándose paralizada ante la visión de aquellos tres gigantes desnudos que la sobaban y resoplaban de excitación.

   —¿Que... que... quienes son ustedes?— dijo con un hilo de voz.

   —Somos los dueños de esta casa, guapa ¿quién eres tú y que haces aquí?— inquirió Klaus, sin apartar la mano del terso trasero.

   —Me... ¡hip! me llamo Sophie — respondió ella.

   —¡Ja, ja! Todavía está borracha — rió Jansen.

   —Estaba de excursión y... ¡burp!... me perdí.

   —Pues ya no estás perdida. Bienvenida a nuestra humilde morada, hermosa Sophie —dijo Paul, con aire solemne.

   Sophie, desconcertada, abrió como platos sus ojos azules cuando los tres cipotes Bearson se acercaron de nuevo a su tembloroso cuerpo.

   —¿Qué... qué me van a hacer?

   —¿Tú que crees? Te has comido nuestro estofado y te has bebido nuestra cerveza.

   —Y has dormido en mi cama.

   —Somos gente hospitalaria, pequeña, pero no está bien eso de colarse en casas ajenas y arramplar con todo.

   —Pero es que... tenía tanta hambre... ¡y tanta sed!— dijo la joven, al borde del llanto.

   —Tranquila, ricitos, no te vamos a hacer daño — le dijo Paul, acariciándole el pelo con dulzura.

   —¿De... de verdad?¿No me harán daño?

   —Somos gente de palabra, niña, si decimos que no te vamos a hacer daño es que no te lo vamos a hacer.

   Dicho esto, Klaus le separó las piernas, se agachó y la penetró lentamente, disfrutando de la cálida estrechez de aquella rosada grieta.

  —¡Ayyy, ay, ay! ¡Me duele!

   Klaus se retiró, mirando desconcertado a la excursionista de dorados rizos.

  —¿Cómo que te duele?— ladró el cazador, bastante molesto.

   —La tiene usted demasiado larga, y no estoy acostumbrada... me duele mucho.

   Ignorando las protestas de su hermano, Jansen lo apartó de un empujón, ocupando su puesto entre las esbeltas piernas de la Scout.

   —Esta no es como las putas del pueblo hermano ¡ja, ja! déjame a mí.

   Dicho esto se la metió, también muy despacio y con bastante dificultad.

   —¡Ayyy, ay, ay! ¡Me duele!

   —¿Te burlas de nosotros, niñata? Yo no la tengo tan larga como mi hermano.

   —Pero la tiene muy gruesa, señor, y no estoy acostumbrada.

   Esta vez fue Paul quién apartó a su hermano y se colocó en posición. La agarró por las caderas y la atrajo hacia sí, mirando arrobado como su miembro desaparecía dentro de la intrusa.

   —¿Te duele, pequeña?

   —Mmmm... esta me encanta. No es ni demasiado larga... uuuuhh... ni demasiado gorda.

   Klaus y Jansen miraron con rabia a su hermano Paul, cuyas cuidadosas embestidas hacían gemir de placer a Sophie.

   —Hay que joderse.

   —Qué hijoputa.

   —¿Te gusta mi polla, ricitos?— preguntó Paul, mirándola a los ojos.

   —Siiiii... me encanta, señor. ¡Más deprisa por favor!

   Mientras el virginal cuerpo de la chica se retorcía y temblaba de gusto, Jansen se colocó junto a la cama, le agarró la carita con su manaza y le acercó el glande a los labios mientras se la meneaba.

   —¡Umph! No me cabe en la boca, señor.

   —Pues por lo menos lame la punta, joder ¡y chúpame los huevos!

   Sophie obedeció, moviendo la lengua con rapidez a lo largo del grueso tronco, estampando húmedos besos en los peludos testículos y succionando la punta ruidosamente.

   Klaus, rojo de rabia al ver como disfrutaban los demás, se colocó sigilosamente detrás de Paul, quien no paraba de bombear y magrear, se escupió en la punta de su largo falo y lo introdujo entre las musculosas nalgas de su hermano.

   —¡Aaaay! Joder, Klaus, le prometiste a Madre, en paz descanse, que no me harías eso nunca más —se quejó Paul.

   —Te jodes, chivato.

   —¡Ja, ja! Como en los viejos tiempos —rió Jansen, golpeando suavemente los labios y las mejillas de Sophie con su tronco.

   La chica, algo desconcertada por el comportamiento de los trillizos, movía las caderas intentando adaptarse al nuevo ritmo impuesto por Klaus, quien embestía como un salvaje, sodomizando a Paul y al mismo tiempo obligándole a penetrar con ímpetu a Sophie.

   Al cabo de un rato Klaus y Jansen intercambiaron orificios. Paul intentaba concentrarse en la belleza rubia a la que estaba haciendo gozar, en su flexible cuerpo sudoroso y el brillo de sus cabellos, y en disimular el intenso placer provocado por el empalamiento de sus hermanos.

   —¡Auh! Mierda, Jansen, más despacio que me vas a romper el culo.

   —¿Verdad que la tiene demasiado gorda, señor? Ya se lo... ¡ummph!

   —Tu calla y chupa, borrachilla, je, je — dijo Klaus.—. Ésta si que te cabe en la boquita ¿verdad?

   Se la metió hasta la garganta, haciéndola enrojecer. Cuando las lágrimas empezaron a caer por las sonrosadas mejillas se la sacó de golpe, brillante de saliva y palpitando a la luz del atardecer.

   —Ahora que caigo, no has tomado postre ¿te gusta tomar postre, guarrilla?

  —¡Cof, cof! Claro que sí señor.

  —Pues prepárate para tragar.

   Mientras Jansen enculaba a toda velocidad a Paul y Paul hacía correrse a Sophie por enésima vez, Klaus se masturbó dentro de su boca, derramando una buena cantidad de caliente nata que la chica escupió al instante haciendo graciosas muecas.

   —¿Pero qué coño te pasa ahora?— bramó Klaus.

   —¡Puaj! Está demasiado espesa... me da asco.

   —A ver que... te parece la mía — jadeó Jansen.

   Rojo como un tomate, interrumpió la sodomía y rodeó la cama para descargar en la boca de Sophie, abierta de nuevo como la de un pajarillo hambriento.

   —¡Puaaaaj! ¡Qué asco!

   —Pe... pero ¿qué dices? La mía no está espesa.

   —Pero está muy amarga, señor, y me da asco. Lo siento...

   Libre de las acometidas de sus hermanos, Paul aceleró el ritmo hasta que notó la inminente llegada del clímax. Saltó ágilmente sobre la cama y se arrodilló sobre el rostro de su invitada, obsequiándola con una abundante ración de elixir Bearson.

   —Mmm... esta sí que está buena — dijo Sophie, relamiéndose y recogiendo con los dedos los goterones que habían caído en el rostro y el pecho para no desperdiciar nada.

   —Ufff... gracias ricitos. Ha sido un placer.

   Exhaustos, los trillizos Bearson contemplaron en silencio, intercambiando miradas siniestras, como Sophie, ya casi sobria, se limpiaba y se vestía. Sus estómagos rugían.

   —Gracias por todo, señores — dijo, haciendo una graciosa reverencia a los tres gigantones desnudos—. Ahora, si son tan amables se indicarme el camino hacia el pueblo, me iré y no les molestaré más.

   —Bah, tú no molestas preciosa.

   —Para nada, guapa. Pero...

   Los trillizos Bearson intercambiaron miradas siniestras.

   —Pero ahora estamos aún más hambrientos que antes, y ya es casi de noche — dijo Paul.

   —Y no podremos cazar a ese jabalí hasta mañana — dijo Jansen.

   —Y Madre, en paz descanse, siempre decía que un hombre hecho y derecho no debe acostarse sin cena .— dijo Klaus, mientras se agachaba para recoger del suelo una de las tres grandes escopetas.

   Sentados a la mesa, los hermanos Bearson apuraban tres grandes jarras de cerveza y rebañaban tres platos de sustancioso estofado.

   —¡Joder! Que bueno estaba, Paul.

   —Así es como lo hacía madre, en paz descanse.

   —Y parecía que tenía poca chicha, la hijaputa. Nos hemos puesto las botas.

   Paul miró a un rincón cerca del fregadero, donde estaban las pequeñas botas de montaña, cerca de un cubo del cual asomaba una espesa mata de rizos dorados. Además de buen cocinero, Paul era un excelente taxidermista, y estaba deseando ponerse a trabajar con aquella cabecita. Quedaría preciosa sobre la chimenea.


 FIN.


4 comentarios:

  1. Muy buen relato.
    Sígueme en mi página de relatos:
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    1. Ya te sigo, Juanqui. He leído un par de tus relatos y me han gustado mucho (el de la "piruleta", jeje).
      Un saludo.

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    2. El de la piruleta es especialmente bueno. Jejeje

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