14 julio 2022

EL TÓNICO FAMILIAR. (16)

  Mi mano no se movió y mi corazón amenazaba con salirse por mi boca. Si sacaba del bolsillo la prenda equivocada estaba bien jodido. Mi madre conocía la lencería de mi abuela, ya que muchas veces la ayudaba a hacer la colada durante sus visitas a la parcela. Podría fingir que era una broma, pero teniendo en cuenta que ya mantenía una relación incestuosa con ella si sacaba del bolsillo las bragas de mi atractiva abuela sin duda llegaría a la conclusión de que también me la empotraba, y de que el picante juego de esa mañana no tenía dos participantes sino tres.

   —Carlos, joder... Deja de hacer el tonto. Dámelas de una vez.

  Pensando a toda velocidad, intentando recordar, solo pude esbozar una sonrisa estúpida ante la mirada impaciente de mi madre, que ya había empezado a dar golpecitos con el pie en el suelo. Si me la jugaba y elegía el bolsillo incorrecto, la situación daría un giro que no podría manejar de ninguna forma.  

  Una gota de sudor resbaló despacio por mi frente. Mamá entornó sus bonitos ojos y pude intuir que comenzaba a sospechar que ocurría algo. Si fallaba en mi elección no volvería a probar esos  labios, ni a sentir sus maravillosas y suaves piernas alrededor de mi cintura, ni a acariciar aquellas nalgas de gimnasta, tan firmes y redonditas, y tan diferentes a las de su suegra, mullidas y excesivas... ¡Eso era! Ya tenía la clave para salir del atolladero en el que me había metido mi recalentado cerebro. Las braguitas de mi madre eran mucho más pequeñas que las de la abuela.

  —¿Se puede saber qué te pasa? Deja de mirarme como un idiota y dame las putas bragas. Vas a hacer que me enfade de verdad, ¿eh?

  Llevé ambas manos a mis propias posaderas y con disimulo palpé el contenido de mis bolsillos traseros, notando el volumen de las prendas bajo la tela tejana. El derecho abultaba menos, así que introduje los dedos, agarré un trozo de fina tela y tiré. Casi me desmayo de puro alivio cuando levanté el brazo y las delicadas bragas moradas de mi madre se balancearon entre su rostro y el mío.

   —¿Qué haces? Trae acá —dijo, antes de arrebatármelas a toda prisa y meterse en la parte trasera del Land-Rover.

  Tras comprobar que no había nadie en los alrededores se las puso con un único y diestro movimiento que levantó durante un instante su falda hasta las caderas, regalándome una sensual estampa por última vez en ese día. Volvió a bajar, más relajada, y nos sentamos a esperar. Le cogí una mano, hizo un gesto más bien cómico de fingido enojo, pero no rechazó mi contacto. Al fin y al cabo, no tenía nada de malo que una madre y su hijo se cogiesen de la mano. Por lo demás, después del frenético polvo y devuelta a su lugar la prenda íntima, nuestro aspecto y actitud no revelaban nada inapropiado. 

  —¿Quieres que te lleve a casa? Podrías venirte a pasar el día en la parcela y por la noche te traigo de vuelta —propuse, pues no me agradaba la idea de separarme de ella.

  —No. Tengo muchas cosas que hacer —respondió. Por su tono y el matiz nostálgico de su mirada sospeché que en el fondo tampoco quería alejarse de mí—. Además, no quiero dejar a tu padre solo sin avisarle.

  —Seguro que ni se daría cuenta de que no estás.

  —Carlos, no empieces...