—Creo que me voy a la cama, Jefe —dijo con voz somnolienta—. Ya te he ganado tantas veces que me aburro.
El líder de los Pumas Voladores sonrió. Una sonrisa melancólica y también algo cansada.
—Te acompañaré a casa.
La joven lugarteniente giró un poco el cuerpo, evitando los ojos de Lazslo. Era consciente de que su superior no quería acompañarla a su piso, sino a su cama. Que una chica de la banda se negase a acostarse con su líder, incluso con un lugarteniente, era algo que podía costarle la expulsión, o en el mejor de los casos que la ningunearan o le encomendasen tareas de poca monta. Pero Ninette no era cualquier chica de la banda.
—No... no voy directamente a casa. Pero gracias.
Lazslo sabía lo que eso significaba: "Voy a casa de Koudou". Él sabía que el guerrero negro no estaba en casa, sino en la pequeña sala oculta tras el almacén. Pero, por motivos que ni él mismo terminaba de entender, prefería que ella no lo supiera.
—De todas formas ya nos vamos todos —dijo, poniéndose también en pie—. No me gusta que El Boogaloo esté abierto toda la noche.
Se encasquetó su gorra de béisbol, negra y con un puma alado bordado en púrpura, un regalo de una chica de la banda, una que no se había negado a follar con él tres días antes, una a la que había hecho llorar en la parte trasera de un coche, sodomizándola con furia mientras le apretaba el rostro contra el asiento. Una que, tras secarse las lágrimas, le había dado las gracias mirándole con adoración.
—¡Vamos, gente! Se acabó beber gratis por esta noche —exclamó, chasqueando los dedos con autoridad.
Bogard apuró su cerveza y agarró por la cintura a la delgaducha novata con la que había estado flirteando, quién parecía aún más flaca junto al fornido lugarteniente.
—Venga, pequeña. Seguiremos la fiesta en mi casa.
La novata ronroneó y besó el hombro de Bogard. Estaba tan borracha que se habría caído de no ser por la firme presa de su superior.
Los tres pumas que quedaban jugando al billar, dos hombres y una mujer, soltaron los palos y recogieron las bolas entre bromas.
La pareja que se besaba y manoseaba junto a la jukebox salió de la penumbra. Eran dos chicos, uno de ellos un novato con la cabeza afeitada cuyo nombre no recordaba Lazslo, y el otro un joven llamado Loup, cuyo hermoso rostro de ojos rasgados era difícil ignorar.
El barman, un veterano al que faltaban tres dedos de la mano izquierda (cosa que no le impedía preparar formidables cócteles) y cojeaba ostensiblemente se dispuso a recoger los vasos vacíos de la barra .
Mientras todos salían hacia la calle, Lazslo recogió el tablero de backgammon con deliberada lentitud. Nicodemo, el barman, miró al líder mientras bajaba interruptores en el cuadro de luces.
—Deja las llaves en la barra. Yo cerraré y apagaré el luminoso.
—De acuerdo. Buenas noches, Jefe —dijo el veterano, rascándose con extrañeza su barba entrecana mientras cojeaba hacia la puerta, ya que no era habitual que Lazslo cerrase El Boogaloo personalmente.
Una vez solo en la penumbra del bar cerrado, iluminado solo por el resplandor rojizo de la jukebox y el azulado de un expositor para helados, caminó hasta el almacén. Apartó una pila de cajas de refrescos vacías y entró por la puerta secreta. Fue recibido por una densa nube de humo y por una mirada penetrante.
La sala secreta era más grande de lo que podría suponerse desde fuera. Estaba amueblada con tres sofás que rodeaban una mesita baja, donde un cenicero abarrotado de colillas y varios mapas de la ciudad llenos de símbolos y anotaciones delataban la presencia del mejor lugarteniente de los Pumas Voladores: Koudou. Estaba sentado en el sofá central, con un pie apoyado en el borde de la mesa, echando humo por la nariz. Solo llevaba puestos sus pantalones bombachos con los colores de la banda y su torso desnudo brillaba con la escasa luz proporcionada por una lámpara con forma de globo terráqueo.
Lazslo lo saludó con la mano, como de costumbre, y se sentó en el sofá de la derecha, mirando distraídamente los mapas.
—¿Alguna novedad? —preguntó el lugarteniente.
—Poca cosa. Bogard se ha ligado a la novata canija, y Loup Makoa se está cepillando a ese de la cabeza afeitada... ¿Cómo coño se llamaba?
Koudou expulsó de nuevo humo por la nariz. Sus labios carnosos se torcieron en una media sonrisa.
—Todo eso ya lo he escuchado desde aquí.
El líder rio por lo bajo. A veces se olvidaba de que los agudos sentidos del guerrero eran casi sobrehumanos. Seguro que también había escuchado su conversación con Ninette.
—¿Te ha llegado algún mensaje de Voregan? —preguntó Koudou, rompiendo el incómodo silencio.
—No, pero no tardará en llegar. A ese hijo de puta no le gusta que le hagan esperar.
—Algo me huele mal en todo esto, Lazslo. Me parece mucha casualidad que los Balas Blancas atacasen uno de nuestros locales poco después de la oferta de Voregan —dijo Koudou, apagando el cigarrillo en el cenicero.
—En caso de aceptar la oferta nos vendría bien. Nadie sospecharía nada —respondió Lazslo, aunque sabía que la agudeza del lugarteniente no se limitaba a sus sentidos.
Cuando se disponían a continuar la conversación Koudou se puso en pie de repente, tenso como una cuerda de violín. El alfanje plateado había aparecido en su mano como por arte de magia.
—Algo ocurre en la calle, ¡vamos!
Lazslo saltó del sofá. Él también podía escuchar los gritos.
Los Balas Blancas habían caído del cielo. O al menos eso le pareció a los nueve Pumas Voladores, confundidos por la oscuridad, el cansancio y el alcohol, cuando se descolgaron desde los balcones del edificio.
Eran más de veinte. Todos vestidos con aquellos pantalones de camuflaje verdes y blancos, botas militares y ajustadas camisetas blancas o verdes, casi todos con el pelo muy corto o la cabeza rapada. Todos armados con garrotes claveteados, largos machetes o sables marciales.
Atacaron sin mediar palabra, y en cuestión de segundos los adoquines y los muros de la calle se mancharon con sangre. Las primeras bajas fueron en el bando de los Balas. La mujer que jugaba al billar y uno de sus compañeros lanzaron sendos cuchillos que alcanzaron su objetivo. El tercer jugador tuvo menos suerte. Consiguió esquivar el mandoble de un adversario y desarmarlo, pero durante el forcejeo otro se acercó desde un lado y le abrió la cabeza de un garrotazo.
Ninette y Bogard intentaron organizar la defensa, reponiéndose de la sorpresa impartieron órdenes a voz en cuello. Intentaron formar una línea cerca de El Boogaloo, para aprovechar el resplandor violáceo del neón y refugiarse dentro en caso de necesidad, pero era difícil retroceder y defenderse al mismo tiempo de los bien entrenados atacantes.
Bogard lanzaba sus grandes puños a diestro y siniestro, intentando cubrir con su cuerpo a su ebria e inexperta compañera. Sin embargo, la novata flacucha fue la siguiente en caer, degollada de un machetazo.
—¡Hijos de la gran puta! —bramó Bogard, hundiéndole el tabique nasal en el cerebro al portador del machete con un terrible derechazo.
Tres Balas armados con garrotes rodearon a Ninette, pensando que no tardarían mucho en derribar a la pequeña puma. Se equivocaban. Los quiebros y piruetas de la joven hacían que las pesadas armas de madera y metal fuesen inútiles, y sus certeras patadas y codazos pronto pusieron fin al desigual combate.
—¡Nicodemo! ¡Vuelve dentro, rápido! —chilló la rubia lugarteniente, preocupada a pesar del caos reinante por el tullido barman.
—¡Y una mierda!
El veterano no estaba dispuesto a abandonar a sus compañeros. Sacó una cadena que llevaba oculta enrollada a la cintura y recibió a su primer atacante con un latigazo metálico que le destrozó la mandíbula. Mientras tanto, los lanzadores de cuchillos, que no habían podido recuperar sus armas de los cadáveres, fueron abatidos por una lluvia de estocadas relampagueantes, provenientes de un brazo tatuado con un reptil de aspecto agresivo.
A pocos metros, Loup Makoa se movía con una agilidad que poco tenía que envidiar a la de Ninette. Consiguió arrebatar el arma a un enemigo, una especie de bastón de extremos reforzados con metal, y haciéndolo girar sobre su cabeza le destrozó la tráquea al Bala Blanca que acababa de atravesar la cabeza afeitada de su amante con un largo puñal.
Cuando Ninette se disponía a ayudar a sus compañeros, dos jovencitas con pantalones exageradamente cortos y expresión burlona le cortaron el paso.
—¿Dónde vas, rubita? —dijo Brenda.
—No va a ninguna parte —dijo Esther.
Reparó en que ambas llevaban en el cinturón dos pequeños revólveres de cañón corto. Las armas de fuego estaban prohibidas en las luchas entre bandas, pero teniendo en cuenta que aquel era un ataque ilegal, ya que no había ninguna guerra declarada entre los Pumas Voladores y los Balas Blancas, Ninette se preparó para cualquier cosa.
—Fuera de mi camino, niñatas, si no queréis que os meta esas pistolitas por el culo.
—¡Ja! —rio Brenda—. Por lo que dice nuestra Capitana es a ti a quien le gusta que le metan cositas por detrás.
Ninette enrojeció de ira y vergüenza. Con los dientes apretados, gruñendo como un animal acorralado, se lanzó al ataque. Para su sorpresa, las adolescentes esquivaron sus ataques uno tras otro. Solamente consiguió acertar con una patada en el vientre de Esther, casi al mismo tiempo que Brenda la hacía retroceder con un fuerte puñetazo en el pómulo. Aturdida por el golpe, no vio como dos enemigos se acercaban por la espalda y la inmovilizaban.
—Ahora pórtate bien. Vamos a llevarte a un lugar que ya conoces... ¡Ja, ja! —le susurró Brenda al oído mientras le apretaba el cañón de su revólver contra las costillas.
Los Pumas Voladores que aún seguían en pie estaban demasiado ocupados luchando por sus vidas como para darse cuenta de que su lugarteniente era arrastrada hacia un callejón, desapareciendo en las sombras. Apenas unos segundos después, Lazslo y Koudou irrumpieron en la batalla, derribando a cuatro adversarios en cuestión de segundos.
—¡Lazslo! —gritó Bogard, quien sangraba por varias heridas y parecía exhausto— ¡Nos están jodiendo! ¿A qué coño viene esto?
El líder no contestó. Arrancó un machete de una mano inerte y se concentró en socorrer a Nicodemo, quien también estaba gravemente herido pero aun en pie y repartiendo cadenazos. Koudou, por su parte, fue en ayuda del joven Loup, quien esquivaba como podía las vertiginosas estocadas de Caimán, el lugarteniente de los Balas Blancas. La última de ellas, dirigida al corazón, fue bloqueada por un alfanje plateado.
—¡Vaya! El gran guerrero negro con su colmillo de plata —dijo, sarcástico, el hombre tatuado.
Koudou respondió a la provocación con una lluvia de tajos y estocadas que Caimán detuvo o esquivó uno tras otro.
Cuando se libró de los esbirros que atacaban al barman y consiguió ponerlo a salvo dentro de El Boogaloo corrió en ayuda de Bogard, pero a medio camino una muralla de músculo le cortó el paso y la respiración. Unos brazos musculosos le rodeaban, apretándole contra unos grandes y, tenía que reconocerlo, hermosos pechos ocultos por una cazadora verde. Levantó la cabeza y se encontró con la mirada azul y gélida de Fedra Luvski.
—¿Lo ves, Montesoro? Si llevases una vida disciplinada y sana, en lugar de trasnochar con tus amigotes no te pasarían estas cosas.
Lazslo no podía responder. El poco aire que le quedaba dentro del cuerpo lo necesitaba para seguir viviendo, y "el abrazo de osa" aumentaba su presión segundo a segundo. Intentó zafarse inútilmente; era como estar atrapado en una prensa hidráulica. Cuando pensaba que todos los huesos de su torso iban a quebrarse como madera seca Fedra lo liberó de pronto, lo agarró de la nuca y lo lanzó varios metros por el aire.
—¡Alto! —bramó la imponente Capitana.
Sus hombres dejaron de luchar al instante. Los Pumas Voladores miraron a su líder, quien levantó a duras penas un brazo para ordenarles que también se detuviesen. Estaba arrodillado en el suelo e intentaba recuperar el aliento.
—Hablemos, Montesoro. No merece la pena que sigamos perdiendo soldados —dijo la líder de los Balas Blancas, apoyando el peso en una de sus musculosas piernas mientras colocaba las manos en la cintura.
—¿De... de qué quieres hablar? —farfulló Lazslo, poniéndose en pie, ignorando los pinchazos en las costillas cuando inhalaba aire.
—Parece que hay alguien empeñado en que nos matemos, ¿no es así?
Ambos líderes se miraron a los ojos. Fedra Luvski no era de las que se andan con rodeos, y Lazslo Montesoro estaba demasiado magullado como para hacerlo.
—No acepté la oferta de Voregan. Este ataque ha sido...
—No la has aceptado aún —interrumpió La Capitana—. Y sospecho que no ibas a hacerlo. A mí me hizo una oferta parecida y la rechacé. Sí, no me mires con esa cara de sorpresa. Ya deberías saber que clase de bastardo retorcido es Tarsis Voregan.
Lazslo miró a Koudou, quien permanecía inmóvil pero alerta a pocos pasos del sonriente Caimán. Algo olía mal, desde luego.
—Pero no te emociones, chaval —continuó Fedra—. Eso no significa que seamos amiguitos o que vaya a dejarte en paz. Tu y tu banda sois un grano en el culo, y como no quiero más masacres vamos a solucionarlo como caballeros. Como un caballero y una dama, mejor dicho.
Todos sabían de lo que estaba hablando La Capitana, y no salían de su asombro.
—¿Estás hablando de El Coliseum?
—Estoy hablando de El Coliseum. Dentro de un mes, Montesoro. Tendrás tiempo de recuperarte y entrenar un poco, algo que no te vendría mal.
Lazslo guardó silencio durante casi un minuto. El Coliseum era una zona neutral, la arena donde los líderes de las bandas podían resolver sus conflictos cara a cara, en combate singular, sin armas. Hacía casi un año que no se celebraba un combate en El Coliseum, y sin duda sería todo un acontecimiento.
—¿Cuales son las condiciones, Luvski?
—Escucha bien, para que no haya malentendidos, ¡escuchad todos! —exclamó con su potente voz de contralto, dirigiéndose a los miembros de ambas bandas—. Si yo, Fedra Luvski, gano el combate, te unirás a mí en un ataque conjunto contra Los Toros de Hierro. Si vencemos a ese mal nacido de Voregan, conservarás tu territorio y te daré una cuarta parte de el de los Toros.
—¿Y si gano yo?
—Si ganas tú conservarás tu territorio actual y los Balas Blancas no lo pisarán en un año.— Fedra hizo una pausa y sus severos labios se curvaron en una sonrisa donde había malicia y lujuria a partes iguales—. Y, por supuesto, te devolveré a esa rubita que tanto nos gusta a ambos.
A el líder de los Pumas Voladores se le heló la sangre en las venas cuando las palabras de su rival le hicieron reparar en algo: Ninette había desaparecido.
Cuando recuperó el conocimiento estaba en un lugar desconocido, pero que le resultaba familiar. Demasiado familiar.
Estaba esposada a un tubo metálico que formaba parte de la estructura de una litera, tumbada en el suelo, con cadenas firmemente apretadas alrededor de sus tobillos y rodillas. Le dolía la cabeza y los tubos halógenos del techo torturaban sus ojos.
En aquel barracón había unas diez literas, las paredes eran tan blancas que deslumbraban y todas las sábanas que cubrían los colchones estaban limpias y sin una sola arruga. El suelo grisáceo también brillaba y olía a limpiasuelos con aroma a limón. No se podía negar que Fedra Luvski, La Capitana, sabía como hacer trabajar a sus reclutas. Antes de que los Balas Blancas lo ocupasen aquel era un viejo cuartel abandonado, hogar de ratas y vagabundos; ahora era una instalación paramilitar donde reinaban la higiene, el orden y sobre todo la disciplina.
Cuando escuchó abrirse la puerta del barracón Ninette intentó incorporarse, sin éxito. La habían encadenado de tal forma que solo podía sentarse en el suelo. Al menos el suelo estaba limpio.
Fedra, líder de los Balas Blancas, avanzó sobre el limpio suelo en su dirección. Llevaba puesto una especie de culotte caqui que resaltaba las formas de sus impresionantes nalgas y dejaba al aire los muslos. Las musculosas pantorrillas se apretaban bajo unos calcetines verdes, y un sujetador deportivo de camuflaje contenía a duras penas el generoso busto. La Capitana sonreía, pero sus ojos azules eran tan fríos como de costumbre.
—¿Qué es esto, Luvski? —le espetó la lugarteniente de los Pumas Voladores cuando se detuvo junto a la litera— ¿Soy una especie de regalo para tus soldaditos?
—Tranquila, pequeña, este es el barracón de las chicas.
Teniendo en cuenta lo que había pasado la última vez que fue prisionera de los Balas Blancas, aquello no la tranquilizaba demasiado.
—¿Y qué coño hago aquí? ¿Es que no te quedan celdas libres?
Ninette intentaba que su voz sonase firme y desafiante, pero encontrarse inmovilizada frente a una gigantona que podía aplastarla de un pisotón añadía a su voz un temblor que Fedra, por su parte, encontraba encantador.
—No estás en una celda porque esta vez no eres una prisionera, sino una invitada — explicó, con una voz suave y pausada que pocos de sus subordinados habían escuchado alguna vez—- Vas a ser mi invitada durante un mes, así que deberías empezar a comportante como tal, para que pueda quitarte esas incómodas cadenas.
—¿Un mes? ¿Pero de qué mierda estás hablando pedazo de...
Fedra interrumpió la pregunta de Ninette con una bofetada suave que casi le hace perder el conocimiento. Una bofetada fuerte le habría arrancado la cabeza.
—Modera ese lenguaje, y dirígete a mí con respeto. Mientras estés aquí soy tu superior, no lo olvides.
No quería llorar. Le ardía la mejilla y no entendía qué demonios estaba pasando, pero no quería llorar delante de ella. Ya lo había hecho, y se había jurado a sí misma no volver a hacerlo.
La Capitana se puso en cuclillas, forzando la resistencia del culotte con la musculatura de sus glúteos. Explicó lo que había pasado la noche anterior, después de que Brenda y Esther se la hubiesen llevado , dejándola inconsciente de un culatazo. Le habló de El Coliseum, y de las condiciones del combate contra Lazslo Montesoro.
—Así que tienes dos opciones: vivir durante treinta días como una Bala Blanca. Dormir en este barracón con las demás chicas, comer con ellas, ducharte con ellas, entrenar y trabajar como ellas. O si lo prefieres te meteré en aquella celda, como la otra vez, y quién sabe, puede que termines siendo un regalo para mis soldaditos.
Cuando terminó de hablar le pasó la mano por la cabeza, despeinando aún más sus ya alborotados cabellos teñidos de rubio platino. La puma no salía de su asombro. No sabía qué decir. ¿Realmente iban a permitir Lazslo y Koudou que aquella tarada la retuviese durante todo un mes?
—¿Sabes por qué he vuelto a traerte aquí? —habló de nuevo La Capitana—. Porque creo que tienes potencial, pero nunca lo desarrollarás por completo rodeada por vagos como Montesoro. ¿Te acuerdas de Brenda y Esther, las dos reclutas que te vencieron anoche? Hace unos meses no eran más que dos golfillas callejeras, pero vi algo en ellas y las estoy moldeando para convertirlas en mujeres excepcionales... como lo soy yo, o como podrías serlo tú. Solo necesitas algo de disciplina, pequeña, y eso es algo que yo puedo darte.
Ninette la miraba con sus grandes ojos verdes abiertos como platos. Tenía que reconocer que las dos niñatas la habían vapuleado, pero no le gustaba la idea de dejarse "moldear" por aquella mujer, aunque solo fuese por un mes.
—Vamos, no finjas que te lo estás pensando. Se que no quieres estar aislada en una celda. Se que no quieres ser el juguete sexual de tipos como Caimán. Pero no creas que esto es una especie de campamento de verano para chicas rebeldes. Si tienes pensado jugármela saca esa idea de tu cabecita.
Dicho esto, Fedra fue hasta un interfono acoplado junto a la puerta del barracón. Se escuchó un zumbido y una voz habló por el altavoz.
—A sus órdenes, Capitana.
—Traedme al arrestado al barracón B-3.
—A sus órdenes, Capitana.
La enorme mujer se aproximó de nuevo a su invitada.
—Voy a dejar que veas, que seas testigo de lo que es la verdadera disciplina.
Cinco minutos después llamaron a la puerta del barracón.
—¡Adelante!
La puerta se abrió, dando paso a dos Balas Blancas, un hombre musculoso (como todos los Balas Blancas) y una mujer de pelo corto (como casi todas las Balas Blancas). Entre los dos llevaban a un joven recluta vestido solamente con unos calzoncillos verdes, esposado y con los ojos vendados con un paño también verde. La mujer llevaba en su mano libre un maletín metálico bastante grande. Un maletín que Ninette conocía muy bien.
El joven debía de ser de la edad de Lazslo, unos diecinueve años, y físicamente era muy parecido. No muy alto, cuerpo fibroso, piel morena y rasgos suaves pero varoniles. La venda impedía verlos, pero tal vez sus ojos también fuesen grandes y marrones como los de Lazslo. Ninette se preguntó si el parecido de aquel desgraciado con su líder era casual.
—Este es uno de mis reclutas —dijo Fedra—. Ayer uno de sus superiores le sorprendió durmiendo durante su turno de guardia, y además encontramos marihuana y pornografía en su taquilla. Ahora vas a ver que cuando hablo de disciplina no lo hago en broma.
Los esbirros obligaron al chico a arrodillarse. El hombre le pegó la cara al limpio suelo mientras la mujer le quitaba la ropa interior. La Capitana se quitó el culotte. No llevaba bragas, y su vello púbico era tan rubio que desde cierta distancia daba la impresión de que fuese totalmente rasurada. Colocó el maletín sobre una litera y lo abrió, sacando de su interior un instrumento de color verde oscuro con forma de pene, de unos cuarenta centímetros de largo y tan grueso como una lata de refresco. Se lo colocó con un arnés de cuero, haciendo encajar en su vagina una protuberancia estriada, pensada tanto para mejorar la sujeción del enorme objeto como para proporcionar placer a su portadora.
—¿Te acuerdas de mi Ariete, Ninette?
La puma no respondió. Desde luego que se acordaba. Sin embargo, a pesar de que en su momento le había parecido enorme y le causó un dolor indescriptible lo recordaba más pequeño. Como si le leyese el pensamiento La Capitana habló de nuevo:
—Este no es el mismo que usé contigo. Es un nuevo modelo, de mayor calibre. Me di cuenta de que el otro no hacía suficiente daño.
—Ese tipo de cosas no están pensadas para hacer daño, sino para dar placer —se atrevió a decir Ninette.
—¡Ja, ja, ja! ¿No me digas? ¿Acaso crees que yo no siento placer cuando lo uso? ¿O que las afortunadas a las que se lo meto en sus chochitos no gimen de placer? Cada cosa en su momento, pequeña.
Mientras sacaba del mismo maletín un tubo de lubricante y aplicaba una buena cantidad sobre el Ariete el recluta desnudo comenzó a lloriquear.
—Mi... mi Capitana, por favor. No lo volveré a hacer, se lo juro...
La mujer que lo sujetaba por la cintura para que mantuviese el culo en alto le azotó las nalgas con saña.
—¡Cállate, pajillero fumeta!
La Capitana flexionó las piernas, situó la punta del Ariete entre las temblorosas nalgas de su subordinado y lo introdujo lentamente en el estrecho orificio. El joven gemía y se agitaba, suplicaba piedad. La líder de los Balas Blancas lo agarró por las caderas, indicando el hombre musculoso y a la mujer de pelo corto que se apartasen. Se levantó el sujetador deportivo de camuflaje, liberando sus dos tetazas, y Ninette tuvo que reconocer para sí que eran las más grandes y bonitas que había visto nunca. La propietaria de tan sublime delantera se pellizcó un pezón con una mano, mientras con el otro brazo agarraba por la cintura al arrestado, elevándolo del suelo mientras su pelvis golpeaba cada vez más deprisa contra las nalgas del joven, quien gritaba de dolor, empapando con lágrimas el paño que le cubría los ojos.
Ninette se percató de que el hombre musculoso y la mujer de pelo corto estaban excitados, observando la escena sentados en una litera cercana, se pasaban la lengua por los labios y no tardaron en bajarse los pantalones de camuflaje y comenzar a masturbarse. La Capitana embestía cada vez más deprisa, el recluta gritaba cada vez más fuerte.
Varios minutos después hubo tres orgasmos dentro del barracón B—3. Y si no hubo cuatro fue porque Ninette tenía las manos esposadas a la litera.
Lazslo sudaba de tal forma que un charco salado comenzaba a formarse bajo el banco de ejercicios. Los músculos de su torso y brazos se hinchaban bajo la piel, los tendones se tensaban hasta el límite de su resistencia y casi podía percibirse el flujo de la sangre en las marcadas venas.
Soltó las mancuernas en el suelo, suspiró y miró a su alrededor mientras se secaba el sudor con una toalla. El gimnasio, propiedad de los Pumas Voladores, estaba desierto. Apenas había amanecido y las máquinas de ejercicios descansaban en la penumbra como extraños robots durmientes, el saco de arena esperaba inmóvil la caricia de unos puños anónimos, el ring vacío parecía hambriento de sudor y sangre.
Habían pasado casi dos semanas desde el ataque de los Balas Blancas. Casi dos semanas desde que fuese humillado por Fedra Luvski delante de sus hombres. Casi dos semanas desde la muerte de cinco miembros de su banda. Casi dos semanas sin Ninette.
Lazslo se sobresaltó cuando escuchó deslizarse la puerta corredera de la gran sala de entrenamiento. Aunque dos pumas montaban guardia en la entrada principal y otros dos en la puerta trasera, el líder de los Pumas Voladores sabía que no podía bajar la guardia ni un segundo. Se tranquilizó cuando reconoció la silueta menuda y esbelta del joven Loup Makoa.
Dos días después de la captura de Ninette había sido ascendido a lugarteniente, cosa que no sorprendió a nadie, ya que todos esperaban que tarde o temprano el hábil e inteligente Loup ascendiese de rango. El muchacho había cumplido con creces las expectativas sobre su competencia, sofocando un intento de rebelión por parte de varios traficantes de la zona y realizando audaces misiones de espionaje en la zona de los Balas Blancas. También había entablado una estrecha amistad con Lazslo, quien comenzaba a considerarlo un consejero más valioso que el hermético Koudou, más silencioso y huraño que nunca desde el rapto de Ninette.
—¿Qué tal, Jefe? —dijo, parándose frente al banco—. Creí que yo era el único que entrenaba tan temprano.
Lazslo se puso la toalla al cuello y lo miró. Vestía unos pantalones cortos parecidos a los suyos y una camiseta de tirantes ajustada. Llevaba el pelo, negro y brillante, muy corto, salvo por el flequillo que cubría uno de sus ojos rasgados y parte del exótico y andrógino rostro.
—La verdad es que ya he terminado. Llevo aquí toda la noche.
Loup se sentó en el banco, apoyando una mano, delicada pero firme, en el hombro de su líder.
—Ya lo sé. Entrenas toda la noche y gran parte del día. —Los dedos se movieron por los músculos del hombro y del cuello—. Tienes mucha tensión acumulada, y eso no es bueno. Deberías pasar de vez en cuando por El Boogaloo, o dar una vuelta con alguna chica de la banda.
La otra mano del nuevo lugarteniente se posó sobre el otro hombro de su superior. Lazslo cerró los ojos, dejando que las hábiles manos de Loup aliviasen sus doloridos músculos.
—No puedo perder el tiempo jugando al billar o follando con novatas. Ninette me necesita.
Después de trabajar los hombros y el cuello, las manos bajaron hasta los lumbares, moviéndose con destreza arriba y abajo, generando un agradable calor que se extendió por toda la espalda hasta el cerebro, envolviendo sus pensamientos y desdibujándolos. Ni siquiera se dio cuenta de como, con un movimiento fluido y sigiloso, Loup se colocaba frente a él, de rodillas frente al banco de entrenamientos, sin interrumpir el masaje. Abrió los ojos y vio como le bajaba los pantalones cortos.
Ninguno de los dos dijo nada cuando el masaje se trasladó de la espalda a la entrepierna. Loup agarró suavemente el miembro erecto de Lazslo, con ambas manos, moviéndolas despacio arriba y abajo mientras atrapaba el glande con los labios. Al cabo de unos minutos continuó con una sola mano, y con la otra se apartó el flequillo de la cara y acarició los tonificados muslos del líder. Se bajó sus propios pantalones y lamió, sin prisa, recreándose en cada milímetro de la suave piel desde los testículos hasta el frenillo.
Lazslo respiraba profundamente, agarró con las manos los bordes del banco hasta que los nudillos se le pusieron blancos y deslizó hacia adelante el cuerpo, facilitando la labor de su subordinado, cuya cabeza se movía cada vez más deprisa.
Se corrió con un una serie de fuertes gemidos que sin duda debieron escuchar los miembros de la banda que montaban guardia a las puertas del gimnasio. El semen se desbordó, fluyó de la boca de Loup y cayó sobre su pecho, resbalando hasta el abdomen y los muslos, formando pequeños charcos perlados en el suelo.
—Joder, Jefe, ¿cuánto hace que no descargas?— dijo el joven, retirando de sus brillantes labios restos del viscoso fluido.
El Jefe rio, por primera vez en muchos días. En el bello rostro de Loup Makoa apareció su característica sonrisa, entre inocente y malvada. Los ojos rasgados se abrieron al máximo y brillaron en la penumbra del solitario gimnasio, observando el cuerpo de Lazslo, brillante de sudor.
—No nos vendría mal una ducha —dijo, bajando la vista hacia su propio cuerpo.
—Desde luego.
Bajo el chorro de agua caliente, con la cabeza levantada y los brazos caídos a ambos lados del cuerpo, Lazslo cerró de nuevo los ojos y dejó que las manos del joven aliviasen sus cargadas piernas. La mampara de cristal se cubrió de vaho mientras Loup masajeaba los gemelos, subiendo poco a poco. Cuando llegó a la parte interior de los muslos, trazando amplios círculos que daban la vuelta hasta los duros glúteos vio como a escasos centímetros de su rostro el miembro del líder crecía y palpitaba de nuevo. Le dio un largo lametón en la parte superior, desde la punta hasta la base que desaparecía entre el corto vello rizado, subió hasta el ombligo, dejando entrar en su boca abierta el agua con sabor a jabón que resbalaba por los definidos abdominales. Siguió ascendiendo, movió la lengua en círculos alrededor de los pezones pequeños y duros, llegó hasta el cuello y continuó hasta los labios.
Apretados uno contra otro, Lazslo notó la verga de Loup apretada contra su muslo, algo más pequeña que la suya pero igual de dura y húmeda. Metió la mano entre los cuerpos y la acarició, envolviéndola con los dedos. Apretó un poco, recreándose en la suavidad de la piel y en los tenues gemidos que el joven lugarteniente dejaba escapar cerca de su oído.
Sin separarse ni un milímetro del cuerpo de su superior Loup se dio la vuelta, apoyó las manos en los blancos azulejos de la ducha, ofreciéndose, rindiendo sin condiciones el estrecho orificio que Lazslo ya exploraba con sus dedos, dejando caer entre las nalgas un abundante chorro de aceite corporal. Entró despacio, besando desde atrás el cuello y los hombros del muchacho, quien respiraba profundamente y se masturbaba con lentitud. Se quedó dentro un buen rato, disfrutando de la cálida estrechez, le obligó a enderezar el cuerpo hasta que la espalda se pegó a su torso, y cuando volvió la cabeza le apartó el empapado flequillo del rostro y las lenguas se entrelazaron de nuevo.
Loup se puso de puntillas, movió los brazos hacia atrás y se aferró a las nalgas de su líder, quien a su vez le agarraba por la cintura. El cuerpo delgado y elástico comenzó a moverse, vibrando casi en algunos momentos, retorciéndose entre el vapor, el agua y el aceite. Lazslo apenas tuvo que hacer nada, solo acelerar con su mano la llegada de un orgasmo que hizo gritar al joven de tal forma que apenas se escucharon sus propias exclamaciones, pues se corrieron casi al unísono. Exhausto, Lazslo se dejó caer contra la pared. Toda la tensión de su cuerpo había desaparecido, se iba por el desagüe junto con el agua, el aceite y el semen.
Media hora después, cuando reponían fuerzas con bebidas isotónicas de extraños colores sentados en la oficina del gimnasio (oficina que tenía escasa actividad, ya que los únicos que usaban las instalaciones eran los miembros de la banda), Bogard irrumpió con su habitual vehemencia, dando mordiscos a un enorme bocadillo que parecía diminuto en su manaza.
—¿Cómo va ese entrenamiento, Jefe? —dijo, acomodando su corpulencia en un sofá de desgastado cuero azul.
Del encuentro con los Balas Blancas Bogard conservaba varias cicatrices, pero la más impresionante era la que un machetazo había dejado en su brazo izquierdo, desde el codo hasta el hombro. Dio otro mordisco a su desayuno mientras esperaba la respuesta de su líder.
El rostro de Lazslo, que brillaba cuando salió de la ducha compartida, se ensombreció de nuevo.
—Tengo la impresión de que haga lo que haga será inútil —dijo, con la mirada perdida en la etiqueta de su bebida—. Fedra es demasiado fuerte, y si no consigo derribarla pronto y me atrapa en su abrazo...
Los lugartenientes se miraron en silencio, Bogard masticando con parsimonia y Loup Makoa pasándose una mano por el recién peinado flequillo. Ambos sabían, a su pesar, que tenía razón. El estilo de combate de Lazslo se basaba en la velocidad y la agilidad, en esquivar los ataques del contrario y contraatacar con golpes certeros y rápidos.
—Deberías hacer caso a Koudou e ir a verla —dijo al fin Bogard.
Lazslo resopló, se inclinó hacia atrás, haciendo crujir el respaldo de la cómoda silla de oficina. Últimamente el guerrero negro no le daba muchos consejos, y el último no había sido otro que recomendarle visitar a su madre.
—Yo no creo en la magia —afirmó el líder.
—Tampoco pierdes nada por ir a visitarla —dijo Loup—. Creas o no creas en su magia, Biluva es una mujer sabia, y tal vez pueda aconsejarte.
Se levantó, poniendo fin a la conversación. Dio un último trago a la bebida isotónica de color extraño.
—Me lo pensaré. Pero francamente, no creo que los consejos de una bruja puedan serme de mucha ayuda en El Coliseum.
CONTINUARÁ...
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