24 mayo 2025

El Vuelo del Puma. Cap. 07.


  La última patada voladora casi descolgó el saco de arena, firmemente sujeto al techo del gimnasio por una argolla de hierro. Cayeron algunos trozos diminutos de yeso mientras Ninette, sudorosa y jadeante, daba por finalizada la sesión de entrenamiento.

  Aquella mañana había empezado más temprano, antes del amanecer, para asegurarse de estar sola. Solo quedaban dos días para el combate en el Coliseum, el esperado enfrentamiento entre Laszlo Montesoro y Fedra Luvski, un acontecimiento del cual hablaba toda la ciudad. Las entradas estaban alcanzando cifras astronómicas en la reventa, y las apuestas movían millones por toda la ciudad.

  Nadie tenía más motivos que la joven lugarteniente de los Pumas Voladores para esperar el enfrentamiento con impaciencia, pues si Laszlo ganaba podría volver por fin con sus amigos, con Koudou, Loup y los demás. Echaba de menos las noches en el Boogaloo, escuchando su jukebox y bebiendo los dulces cócteles que le preparaba Nicodemo, y las partidas de Backgammon con Laszlo.

  Pero, después de un mes viviendo como una Bala Blanca, y sobre todo después del ataque a las Llamazonas, se sentía tan confusa como culpable. En su cabeza, escuchaba una y otra vez el crujido de la columna de la adversaria a la que matase en el restaurante, y el placer que sintió al dominar con el Ariete a la desgraciada novata llamada Sherry. Libélula, la Bala Blanca enmascarada, era mucho más fuerte y temible que Ninette, y la idea de no ponerse la máscara nunca más le provocaba una extraña nostalgia. Para colmo, se había encariñado con Esther, e incluso con Brenda, y el miedo que antes sintiese por La Capitana se había transformado en sincero respeto.

  Intentando no darle más vueltas al asunto, se dirigió hacia el vestuario. A esas horas, el cuartel general de los Balas era un lugar desierto y silencioso, y Ninette sintió cierta inquietud al desnudarse junto a la larga hilera de duchas vacías. Bajo el agua caliente, cerró los ojos, relajándose mientras el sudor y la tensión bajaban hasta el desagüe. Se enjabonó con las manos, acariciando con energía todo su cuerpo, desde los pechos pequeños, de puntiagudos pezones rosados, hasta las carnosas nalgas, más duras y tersas que hacía un mes, y las fuertes piernas de formas redondeadas.

  No tuvo tiempo de reaccionar cuando una mano le tapó la boca con fuerza y un brazo le rodeó el torso, arrastrándola fuera de la ducha. Al principio creyó que era otra de las bromas de Brenda, pero la voz que le habló al oído, acompañada por un desagradable aliento que olía a alcohol, era grave y rasposa. La voz de un hombre al que había conseguido evitar durante casi un mes y que ahora la tenía a su merced.

08 mayo 2025

El Vuelo del Puma. Cap. 06.

 

El apartamento de Bogard estaba a solo dos manzanas de El Boogaloo. Era grande y amplio, a imagen de su propietario, y aunque se veía relativamente limpio y ordenado, era obvio que el lugarteniente de los Pumas Voladores no se preocupaba demasiado por la decoración.

   Tras instalarse en uno de los dormitorios de la vivienda, Elizabeth durmió durante casi todo el día, exhausta por los acontecimientos de la noche anterior. Cuando se levantó, bien entrada la tarde, se sentó en el sofá del salón, presidido por un televisor de cincuenta pulgadas, junto a su anfitrión. Se había puesto cómoda, con unos viejos pantalones deportivos que disimulaban las torneadas formas de sus piernas, una camiseta vieja con el desvaído logotipo de un grupo heavy, y su cabellera pelirroja recogida en una larga coleta.

—Gracias de nuevo por dejar que me quede, Bogard. Hacía mucho tiempo que no dormía tan bien.

—Bah... no es nada. Mi habitación de invitados siempre está a disposición de cualquier miembro de la banda que la necesite —dijo el corpulento puma, sacando del bolsillo su inseparable caja de puritos.

   Ofreció uno a su invitada, quien lo aceptó, mirando pensativa el pañuelo negro y púrpura que Bogard llevaba alrededor del cuello.

—¿De verdad crees que conseguiré entrar en la banda? —preguntó ella, exhalando una espesa nube de humo por la nariz.

—No te voy a engañar, Beth —comenzó a decir Bogard, con semblante serio—.Las pruebas son duras, sobre todo para las chicas, y muy pocas lo consiguen.

—Por no mencionar que a la mayoría de esas aspirantes les doblo la edad.

—Eso no debe preocuparte —dijo Bogard—. Al contrario. Significa que tienes más experiencia, más recursos. Además estás en buena forma y, lo que es más importante, tienes agallas. Hace falta mucho valor para presentarse en El Boogaloo como tú lo hiciste y ofrecernos un trato, y lo de anoche con ese bate...

—Eso fue... un arrebato —explicó Beth—. Aquella no era yo.

—Pues aprende a manejar esos arrebatos. Deja que esa “chica del bate” sea parte de ti y serás una de las mejores Pumas que se haya visto.

   La pelirroja asintió, dejando salir de entre sus labios otra nube de humo. La idea de formar parte de una banda, de sentirse por primera vez en su vida respaldada y  parte de una comunidad era algo que deseaba intensamente. Por otro lado, le asustaba la posibilidad de fracasar, de quedar en ridículo. La seriedad con que el por lo general alegre Bogard hablaba de “las pruebas” no contribuía a tranquilizarla.

—Pero olvídate de todo eso por ahora y relájate —dijo el lugarteniente, recuperando la jovialidad su rollizo semblante —¿Qué quieres que hagamos? Puedo llamar a alguno de los novatos para que nos traiga una película del videoclub... o podemos jugar a la videoconsola, aunque intuyo que los videojuegos no te van demasiado...

   Mientras Bogard parloteaba enumerando diversas actividades lúdicas de interior (Laszlo había ordenado que Elizabeth no se dejase ver demasiado por las calles), ella miraba el robusto mueble de madera que soportaba el peso del televisor. En sus estantes pudo ver un reproductor VCR, una videoconsola de cartuchos con dos joysticks y las carátulas de algunas películas de acción. De pronto, se giró hacia el anfitrión con una traviesa curva en las comisuras de su boca.

—¿Sabes lo que acabo de notar? Que para ser un tipo que sabe tanto de porno no tienes ni una sola peli guarra en el mueble.

   La sonrisa de Bogar se ensanchó y se puso recto en el borde del sofá, fingiendo indignación.

—¿”Pelis guarras”? No voy a consentir que se refiera en esos términos al noble arte del cine para adultos, señorita.

   Bogard no cabía en sí de gozo. Por lo general, las chicas que llevaba a casa no veían con buenos ojos su afición al género X, pero con Beth no tenía que disimular. Al contrario, podía presumir y eso fue lo que hizo. Indicó con un gesto que lo siguiese y ambos se levantaron del sofá.

   Caminaron por el pasillo hasta la habitación de Bogard, tan amplia como el resto de la vivienda, con las paredes pintadas de negro y una mullida moqueta de color púrpura. Si entro en la banda espero no tener que decorar así mi apartamento, pensó Beth. Se detuvieron frente a la puerta de lo que parecía un vestidor, y cuando se abrió y la luz fluorescente prendió la actriz de “pelis guarras” se quedó boquiabierta.